The Brithis Saqueum
José Manuel Fernández [Periodista]
Londres es una ciudad abigarrada pero hermosa. No tiene la elegancia de Paris ni la alegre hospitalidad de Roma o Madrid, pero atractivos no le faltan. Se percibe que ha sido construida con enormes paletadas de paciencia y orgullo. Se percibe incluso una cierta nota de austeridad patriótica, que le confiere una gran personalidad. Los ingleses no necesitan otro espejo en el que mirarse que su propia historia. El resto, lo ajeno a la metrópoli del imperio, apenas cuenta. Se trata pues de una ciudad hecha a la medida de sus gentes.
Los Museos de Londres son así un reflejo de esa forma de ser, de ese carácter un tanto egocéntrico y particular, tan diferente en su escala de valores al europeo. Y entre todos, The Brithis Museum no puede ocultar erigirse en epitome de la realidad nacional, en cuya historia cabe anotar poco interés por los acontecimientos culturales, pero mucho por los hechos militares gloriosos, los propios, esas guerras en tierras lejanas que siempre han encendido el alma británica y han fortalecido su patriotismo.
Por eso, al penetrar en sus dependencias, lo primero que al visitante le asalta es la sospecha de hallarse ante una enorme, inmensa sala de trofeos y botines. La fachada clásica del imponente edificio ya advierte sobre lo que encontraremos dentro. Muchos tesoros artísticos, sí, pero también las pruebas irrefutables de infinidad de saqueos indecorosos en otras naciones, vencidas militarmente en el pasado.
He querido visitar el Brithis Museum ante la eventualidad de un inminente brexit, porque quizás, a partir de ahora, en la perspectiva de un nuevo distanciamiento de las islas, este recinto, como la nación, también cierre sus puertas a los foráneos, o pierda el propósito para el que fue construido a mayor gloria de la Corte de Saint James: mostrar al mundo las pruebas de su triunfo, pese a su más que dudosa ejemplaridad, toda una seña de identidad del imperio británico.
Particularmente, deseaba conciliar las razones de esa permanente respuesta negativa del Reino Unido a la clamorosa reclamación de otros países sobre los bienes atesorados allí. Pero debo confesar que no he obtenido una respuesta razonable a esa cuestión, ni a ninguna otra relacionada con el tema. Los hechos consumados constituyen situaciones incontestables para la Gran Bretaña. Y así parece que seguirá siendo.
Desde luego no es posible concebir una postura oficial como la de Londres, de absoluto desprecio hacia las que, por otros intereses, dice llamar sus naciones aliadas y amigas. Además, queda patente que The Brithis Museum no hace aprecio del bien cultural atesorado, sino que se muestran con mayor despliegue de medios, los objetos aún de escasa belleza, que demostrarían ser el premio al mayor esfuerzo en la conquista, o lo que es lo mismo: el pillaje sistemático sobre civilizaciones empobrecidas por efecto del colonialismo más salvaje.
El Brithis Museum no deja de ser, en fin, un colosal almacén de objetos expoliados por motivos que nada tienen que ver con el enriquecimiento intelectual o cultural, el estudio o la difusión del legado de otras civilizaciones, sino con el concepto de patriotismo depredador que Londres aplica a todas sus decisiones. Estatuas y otros elementos arquitectónicos gigantescos se amontonan en salas despersonalizadas, a modo de recorrido por la epopeya expansionista y militar inglesa, cuya arrogancia no necesitaría justificación alguna, a no ser como explicación de la derrota de los adversarios, pueblos a los que se termina de avasallar arrebatándoles hasta su pasado.
La ilusión de contemplar las más importantes joyas arqueológicas de la humanidad queda desvanecida al visitar las naves del Brithis Musem. Ni siquiera hay un mínimo esfuerzo en la escenografía, porque poco importa.
Visto desde esta óptica, el brexit no dejaría de ser una decisión lógica y coherente, aunque pondría en evidencia a un país que nunca más debería ser admitido en ningún club internacional como socio o aliado de fiar.
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