“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7, 15-16). Estos versículos evangélicos me han venido a la memoria tras conocer recientemente la información de que el ex arzobispo Rouco Varela se ha mudado a un piso en la zona noble de Madrid valorado en 1,2 millones de euros.
El que fuera presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Madrid se ha jubilado recientemente y ahora ya sólo es un ex con delirios de grandeza, a lo que se ve. Como ya pinta poco en la jerarquía eclesiástica, monseñor ha tenido que dejar su residencia habitual en el Palacio Arzobispal de Madrid y buscarse la vida.
Así que ni corto ni perezoso, profundo conocedor de que “no es lo mismo predicar que dar trigo”, el sacerdote gallego se ha trasladado a un pisito de 360 metros cuadrados, seis habitaciones y cuatro cuartos de baño. Ha ordenado unas reformas (su construcción es de 1959) por valor de 370.000 euros, que incluyen madera carísima de la India para el suelo, ventanas con triple acristalamiento y un gran dormitorio con baño en suite y un gran vestidor, entre otros lujos. Además, tendrá a su disposición a dos monjas para el cuidado y limpieza de la casa. Todo ello costeado por el Arzobispado de Madrid, que es su propietario al recibirlo en herencia de un particular.
Un hombre de la preparación intelectual de Rouco Varela, ¿acaso creía que todo esto no iba a ver la luz pública? Y aunque no lo hubiera visto, ¿la conciencia de un predicador de la palabra de Dios le ha permitido tomar decisiones que cuando menos puede herir la sensibilidad de muchos católicos de buena fe? No me extraña, pues, que sacerdotes, religiosos, feligreses y laicos se hayan decidido a recoger firmas para que Rouco Varela pida perdón y abandone la vivienda, en la que por cierto vivían cuatro sacerdotes que han sido ‘desahuciados’.
Ahora recuerdo también las decenas de veces que he visto en televisión o en fotografías en prensa la imagen del sacerdote siempre con una imponente cruz de Cristo colgada al cuello. Se ve que ni Dios ha tenido la suficiente influencia en su toma de decisiones, que cuando menos no son ejemplares. En el fondo, creo que Rouco ha querido darle una bofetada al mismísimo Papa Francisco que va predicando eso de la iglesia de los pobres para los pobres. Fue el Papa quien renunció a trasladarse al lujoso apartamento pontificio del tercer piso del Palacio Apostólico (“aquí pueden vivir 300 personas”, dijo) para residir en una habitación de la residencia de Santa Marta en Roma.
En fin. La mayoría de los datos aquí expuestos sobre el pisito de Rouco fueron revelados en la revista ‘Interviú’. Pobre Rouco, sin pretenderlo acaba de hacer un desnudo integral de su disfraz de oveja y ha dejado al descubierto al lobo. Por sus hechos los conoceréis.