Arrecia el nerviosismo
Arrecia el nerviosismo a la vez que llega el intenso frío. Nos congelamos con estas gélidas temperaturas y con la falta de rumbo de los que nos gobiernan.
Zapatero ya se ha dado cuenta de que estamos en crisis. Ha dejado atrás su estéril optimismo y ha reconocido que este Titanic llamado crisis va para largo. Ha empezado la casa por el tejado. Hace años que tenía que haber identificado el problema y a partir de ahí haber actuado con consecuente realismo para luego haber insuflado optimismo a raudales. Para eso están los políticos, no para cortar cintas, ni para poner primeras piedras ni para dar besos y abrazos a su tropa. Se les paga para aportar soluciones y para adelantarse a los problemas. Y ocurre que muchas veces son más el problema que la solución.
El problema ahora, claro está, es la desconfianza y la pérdida de credibilidad que costarán mucho sudor y muchas lágrimas para que se recuperen. Mientras, esta situación la pagamos todos. O casi todos, porque los que están en sus confortables despachos poco temen. Es la historia de siempre. Siguen con sus numerosos equipos de asesores, sus potentes coches oficiales, sus excelentes incentivos y tomando decisiones para un viaje muchas veces a ninguna parte. Ruido y más atronador ruido. Y lo que es peor, algunos hasta nos toman el pelo de una manera tan burda y con una absoluta falta de respeto que hace que se te remuevan hasta las tripas.
Con gobernantes superados por las adversidades, noqueados y amortizados, pero sacando pecho, y sin sociedad civil fuerte la crisis campa por sus respetos. Más o menos sabemos de dónde venimos, pero a dónde vamos. Ah, eso ya es harina de otro costal. Aquí no sabe nadie ni la hora que es ni lo que hay que hacer. Los palos de ciego se imponen, parece como si se actuara a tontas y a locas, la improvisación es el eje de la estrategia y se juega a maniobras de distracción. Y mientras silbamos sin saber qué hacer, vemos deteriorarse la marca de un país llamado España, en el que hasta hace poco hablábamos de pleno empleo y se gastaba con pólvora de Rey.
Por eso, como consecuencia de esta situación económica, el nerviosismo se ha instalado en la sociedad. Los poderes parecen retroalimentarse con tanta inoperancia y con tanto incompetente en sus filas. Ahora de lo que se trata es de salvar los muebles, porque hace mucho frío y porque hay que mantener el viejo esquema de vida que ya no vale para salir a flote. Se buscan tontos útiles, muñecos artificiales a los que disparar para lanzar cortinas de humo y se dice con todo el descaro del mundo quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Pero, mientras tanto, los problemas de verdad se aparcan y se les da de lado porque ¿por dónde se le hinca el diente de su resolución con tanto mediocre en los puestos de mando?
Casi todas las administraciones y las numerosas organizaciones satélites que están bajo su paraguas están imbuidas de este negativo ambiente de nerviosismo. Y mientras seguimos hablando de rescates a países en riesgo de bancarrota, pero ¿quién rescata de verdad al que lo necesita: a los autónomos, a las pymes y a los pobres de solemnidad? Mucha rapidez para rescatar a los países y luego cuesta Dios y ayuda adelantar la apertura de los albergues de inmigrantes, por ejemplo.
Pues sigamos por ese camino. Menos mal que aquí no hay paro, ni parados, ni problemas y vivimos en el paraíso de un estado del bienestar como nunca se ha visto, si me permiten a estas alturas la amarga ironía.