La crisis y el sentido pendular de la Historia
Un gran maestro de periodistas que ejerció en Jaén, hablaba hace años del sentido pendular de la historia, en su opinión, un fenómeno definitorio del proceso evolutivo de los pueblos. Se refería de esa forma a los grandes cambios de signo que, inexorablemente, se producen cada cierto tiempo en muchos aspectos de la vida de un país. Así, a unos periodos de amplia libertad suceden otros de restricciones varias. A una generación de creencias religiosas acendradas, suele seguir otra donde el sentimiento místico se invierte o desaparece. Las soluciones, tras momentos de utilidad, entran en crisis y se convierten en obstáculos, abriendo paso a nuevos escenarios.
Ahora muchas opiniones giran en torno a este mismo tema. Por lo que parece, nos encontramos en un punto que preludia un gran movimiento pendular, y no solo en lo político, es más, ni siquiera lo político parece el factor más importante a tener en cuenta en este análisis. La sociedad española ha experimentado cambios considerables durante los últimos años y, según esta teoría, estaría en la necesidad de crear un sistema de convivencia distinto, corrigiéndose a sí misma.
La crisis, como una grave enfermedad que ha ido extendiéndose y apoderándose del cuerpo social, parece estar en el origen de ese movimiento convulso que precede a todo cambio. Sería una consecuencia más para anotar en la larga lista de síntomas que definen un gran problema.
Otros, incluso, hablan ya de aspectos diversos que, unidos en un momento concreto, nos llevarían a una auténtica revolución.
En esta tesitura, volvemos la vista atrás y no nos reconocemos. La sociedad opulenta generaba hasta hace poco unos comportamientos que parecían descoser las costuras de la estructura institucional, todavía demasiado incipiente en lo político. El Estado mostraba tendencias disgregadoras o poco solidarias. En cambio, todo apunta a que ahora toca una rectificación, como si los tiempos difíciles nos obligaran a regresar a los orígenes, que sería lo mismo que decir que la historia de estos últimos años apenas nos ha enseñado nada y hubiera que repetirla, o nos diera una nueva oportunidad.
Paralelamente, aparecen circunstancias que nos harían apreciar ventajas de esta situación. Sin ir más lejos, nos llama la atención que vuelvan a observarse fuerzas integradoras que, bien orientadas, pueden contribuir a fortalecer el sentimiento de nación que parecía que habíamos olvidado. Es decir, se fortalecen elementos que creíamos debilitados y, en cambio, se debilitan estructuras que parecían sólidamente asentadas, incluida la propia estructura del Estado: monarquía, autonomías, ayuntamientos, partidos, sindicatos. La crisis parece querer arramblar con todo lo anterior, y no sólo en lo económico.
Por eso, si se trata de cuestionarlo todo, nada debe constituir una excepción. Siempre es bueno poder rectificar sobre los errores cometidos, más y cuando nuestra experiencia en cuanto a convivencia democrática, ha mejorado sensiblemente.
Si de la crisis puede nacer la solución a nuestros problemas, pronto hallaremos respuesta, y ésta no tiene por qué ser negativa. Lo único cierto es que nunca nada nació para ser definitivo. El sentido pendular de la historia nos ha dado miles de ejemplos. El miedo a perecer regenera la sangre.