Que la verdad no estropeé un buen titular
Hace unos días que siento vergüenza porque esta frase que parece jocosa, y es, en sí misma, una aberración del periodismo, parece hacerse realidad. Podemos hablar de prisas, de perder rigurosidad en aras de la inmediatez de la noticia, pero el hecho va más allá.
Dice bastante de la mediocridad que vivimos en la profesión, muchas veces consecuencia de esa precariedad cada vez más a flor de piel, dura y disfrazada de vocación, que nos hace olvidar algo que nos repetían los mayores en este oficio: ir a las fuentes, fuentes creíbles, oficiales, varias fuentes, no hacer caso de rumores, y sobre todo escribir sobre lo que está pasando, no sobre lo que nos gustaría que hubiese pasado, porque luce mejor en las portadas, y vende más. Es decir, ser simple y llanamente altavoces de lo que sucede, sin crear el suceso.
En un momento de crisis como en el que vivimos encajan muy bien una serie de noticias que vienen como anillo al dedo de ese llamado periodismo humano, que muchas veces esconde otras intenciones no tan claras.
De ahí la proliferación de noticias sobre suicidios personalizados, analizando hasta los más morbosos detalles. ¿Necesitaremos los periodistas a partir de los veinte años un cursillo de reciclaje como el que proponen para el carné de conducir?, ¿o el problema viene de las facultades?, ¿dónde quedó esa norma no escrita de no informar sobre suicidios, que se estudiaba en la facultad y de la que te avisaban en las redacciones?
La última noticia sobre la posible muerte de una familia por tomar alimentos caducados es un claro ejemplo de hasta dónde podemos llegar. Desgraciadamente como noticia resultaba golosa para muchos dentro del actual contexto porque tocaba todos los frentes: paro, pobreza, sin asistencia social, comida en la basura, comida caducada... A falta de unos resultados que al final dieron al traste con los titulares, ya se había destripado el honor de una familia. Esparcidas en la plaza pública las entrañas de lo más íntimo del ser humano: su vida privada, lo que algunos llamarían miserias, o simplemente sus luchas diarias por salir adelante sin ser juzgados por nadie.
Me viene a la memoria aquella película del cineasta Billy Wilder, Primera Plana, donde los "caballeros de la prensa" dan su visión novelada a cada uno de sus medios de los últimos momentos y la fuga de un condenado a morir en la horca. En realidad Wilder, que fue antes periodista, no solo hacia una crítica sino que destacaba la importancia de la profesión y de la función de informar, pero una cosa no quita la otra.
¿Derecho a informar?, sí. Pero con respeto al otro. Habrá que volver a releer el artículo 20 de la Constitución, en el punto cuatro (para los que se quedan en los inicios), que habla de los límites: " el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia". Y si no nos gusta ¿cambiamos la Constitución?