Votaré, ¡maldita sea!
Soy europeísta. Iré a votar el día 25 de mayo. Ahora bien, ni es ésta la Europa que quiero ni tengo el más mínimo interés en las elecciones europeas próximas.
No quiero una Europa en donde se han acrecentado las desigualdades entre países ricos y pobres. No quiero una Europa en donde priman los intereses económicos por encima de los intereses sociales. No quiero una Europa que mira antes la salud del euro que la de miles de emigrantes que saltan vallas o cruzan en miserables botes la mar. No quiero una Europa de 28 en donde las decisiones las toman dos. No quiero una Europa de jerarcas que aprueban tratados pulcramente redactados que luego, cuando a un grupo le interesa, se saltan olímpicamente. No quiero una Europa en la que los ciudadanos somos meros espectadores de lo que pasa pero sin influencia alguna en lo que pasa. No quiero una Europa en donde a los jóvenes se les conforma con una beca Erasmus para hacer gala de las bondades de estar unidos. No quiero una Europa en donde no hay fronteras materiales entre unos países en los que nadie te da trabajo salvo para fregar baños o servir mesas como camarero. No quiero una Europa insolidaria en la que la libertad y la igualdad no son más que dos bonitas palabras para adornar mítines.
A pesar de todo, soy europeísta. Porque creo que algún día a todo esto arriba apuntado se le podrá dar la vuelta. No creo que sea una utopía. Sólo hace falta que los ciudadanos nos convenzamos de que la fuerza para cambiar las cosas está en nosotros mismos, y no en los políticos que utilizan nuestro voto en beneficio de intereses espurios.
Así pues, soy europeísta. Ante las elecciones del próximo 25 de mayo lo primero que me pide el cuerpo es no ir a votar. Me lo pide puesto que no se han acordado de mí hasta ahora. Rectifico. Se han acordado de mí pero para anunciar recortes y sacrificios por vivir por encima de nuestras posibilidades (?). Mi cuerpo me pide no ir a votar porque cuando nos tienen que explicar qué es y cómo funciona Europa los políticos se dedican de nuevo a enfrentarse en asuntos caseros de los que todos estamos hartos. Mi cuerpo me pide no ir a votar porque para la mayoría de los políticos mi voto no es más que un oscuro objeto de deseo para manipularlo.
Pues bien, a pesar de todo, votaré el día 25. Lo haré con el convencimiento profundo de que no puedo renunciar a ejercer un derecho (el del voto) del que tanto tiempo hemos estado secuestrados. Un derecho que costó sangre, sudor y lágrimas conquistarlo de nuevo y al que no estoy dispuesto a renunciar. Sobre todo porque mi voto esta vez no será un voto a favor de y sí como castigo a las fuerzas políticas que nos han conducido engañados hasta el borde del precipicio.
Así pues, votaré, ¡maldita sea!