La paradoja del periodista degollado
La libertad en internet ha hecho perder dimensión al periodismo, eso parece evidente, pero en cambio ha aumentado la necesidad de una mano profesional en el tratamiento de la información. Se trata de un dilema, no resuelto, que por ahora da la espalda a los profesionales de la comunicación.
Los medios, antes de la globalización de las noticias, despertaban la curiosidad de la gente, les hacían imaginar mundos remotos desde una perspectiva lejana, pero utilizando para ello el atractivo que siempre aporta la humanidad de los protagonistas. Las crónicas y reportajes de sucesos ocurridos en países lejanos nos permitían soñar paraísos idílicos, no sin una cierta incredulidad. El periodista era un aventurero y, sus escritos, una literatura de aventuras, idealizada pero real.
Ahora prácticamente toda la realidad se retransmite en directo o se recoge con artilugios domésticos al alcance de cualquiera, para inmediatamente trasladarla a la opinión pública mundial, que aguarda en sus terminales devorarla con paroxismo.
Nada de actitud crítica. Los acontecimientos se descontextualizan y el espectador, cada vez más insatisfecho, pierde el sentido de la proporción. Siempre quiere más.
Las noticias ya no tienen apenas nada que ver con la proximidad de los temas. Todo ha adquirido una dimensión planetaria. Nos emociona en la misma medida un accidente en la India que unas inundaciones en Murcia.
Hemos perdido, a causa de la permeabilidad de las imágenes, el interés por lo que debería afectarnos, lo cual solo provoca voracidad, necesidad de truculencia. El impacto sin medida de lo que nos entra por los ojos.
El periodista, en este escenario, es un elemento prescindible cuando debería ser el de mayor trascendencia. Nunca como ahora se hace tan precisa una explicación de los hechos, una interpretación de las informaciones, que es la función del profesional.
Internet ha dado la alternativa a un mundo de información abierta, que en realidad pronto ha derivado en un universo de confusión. No hay datos contrastados, sino opiniones sobre todo tipo de asuntos, personajes o episodios. Las redes sociales no crean estados de opinión sino que encolerizan o divierten a sus seguidores, según el momento y el interés, siempre de forma pasajera, porque lo que atrae no es lo importante, sino lo nuevo, aquello que más impacte o sirva a los propósitos de alguien.
Ahora, en realidad, los periodistas se han convertido en objeto de las noticias. Les vemos en Internet, no remitiendo sus crónicas, sino degollados por aquellos que utilizan la información en beneficio de su causa. ¿No es ésta también una paradoja precisa sobre lo que está ocurriendo?