La señora Limón
Sigo con atención las vicisitudes de esta mujer, rediviva de entre los muertos como Lázaro, por obra del sistema político-sanitario español. En realidad, más que noticia, ha sido el personaje de una novela de misterio, a modo de conejillo de indias que muestra al país la realidad de una clase médica tan denostada como ensalzada, según el interés de cada caso. Un drama tan recurrente como todo lo que pueda sugerir la actualidad social de nuestro tiempo.
Teresa Romero fue presentada como la consecuencia lógica de una cadena de errores que, según todas las previsiones, tendrían que haber acabado con su vida, por ineficacia estructural. Pero el final del capítulo no fue el esperado, y todos la señalan ya como víctima propiciatoria y, al mismo tiempo, como fruto de un milagro. En lugar de mártir, acaba convertida en heroína social para luchar contra todas las calamidades de este insólito país, sin apenas proponérselo.
Ha sido nombrada incluso hija adoptiva del municipio familiar, como si el Ébola la hubiera dotado de inmunidad infinita ante el dolor y sus vecinos la quisieran como escudo protector contra todo sufrimiento. Por eso, empujada por todos, reclama justicia. Bueno, ella y su marido, el inevitable señor Limón.
Hubo manifestaciones de batas blancas por una muerte anunciada que no se materializó. He ahí la verdadera frustración. Una frustración transmitida a la paciente que, con sorpresa, parece expresar el desconcierto de un desahuciado condenado a vivir. No sabe muy bien lo que pasó, ni siquiera si pasó algo, pero siente la necesidad de reclamar. Su angustia ha sido culpa de alguien, eso le dicen.
Lo cierto es que con su cadáver encina de la mesa habría sido fácil acabar con el consejero, la ministra y el mismísimo Rajoy. Con ella en vida, todo cambia y solo cabe esperar otro escenario, quizás otra muerte. La revolución pendiente de la sanidad pública, que en su debate sobre el ser y el devenir, siempre aspira a otra cosa.
Ahora la señora Limón ha abandonado el aislamiento hospitalario para recluirse en el aislamiento mediático. Ha cambiado la camilla por el plató, la mascarilla por los micrófonos y el médico de cabecera por un abogado especialista en el papel cuché. El problema es que la única víctima real de esta tragedia ha resultado ser un perro, Excálibur, un personaje exento de malicia al que no es posible manipular. El matrimonio dice haberlo adoptado como al niño que nunca tuvieron, pero lo adoptan ahora, ya muerto, como otros habrían hecho con Teresa. Vivos no les servían, ni a unos ni a otros.
Si hasta ahora el sistema sanitario la protegió y le salvó la vida, ¿quién la protegerá del ridículo a partir de hoy? Señora Limón ¿quién la protegerá de acabar en el baúl de los juguetes rotos, como tantos otros esperpentos creados por el universo mediático de este país?