Je suis Javier
Los que estamos entrados ya en los 50 pertenecemos a una generación que ha pasado de creer y luchar por la libertad, igualdad y fraternidad a ser socios de un escepticismo práctico aupado en la nostalgia de lo que pudo ser y no es.
No es que hayamos renunciado a esos principios, simplemente nos hemos acomodado a una realidad que se nos impone a golpe de telediarios, en donde todo pasa en menos de un minuto. En donde una pasarela de moda tiene mejor tratamiento informativo que un desahucio, un evento gastronómico más que los enfermos de hepatitis C y un balón de oro más que la sangrante violencia de género.
No somos una generación perdida, sino que se ha sentido perdida después de naufragar en la ola de ideales por los que había merecido la pena luchar. La Libertad no es esta libertad que nos permite comprar de todo sin tener el dinero para hacerlo. La Igualdad no es que todos tengamos derecho a un puesto de trabajo y a una vivienda digna, sino que realmente tengamos un puesto de trabajo y una vivienda digna. Fraternidad no es llevarse bien los unos con los otros, es no mirar al ‘otro’ desde la superioridad física o intelectual.
Sin embargo, el que nos sintamos perdidos y confundidos no significa que hayamos repudiado esos principios y, por supuesto, que nos dejemos manipular sin que interiormente lancemos un grito de rebeldía. El artículo 13 de la Constitución de Cádiz de 1812 estipulaba con deliciosa ingenuidad que “el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Cada vez que la leo me sonrío al ver asociados dos vocablos tan intrínsecamente contrapuestos como Gobierno y Felicidad. Pienso en la cantidad de ciudadanos que hoy podrían escribir algo así como “el objeto del Gobierno es la infelicidad de la Nación, puesto que el fin de todo gobierno no es otro que el bienestar de sus políticos”.
Cómo va a ser una nación no digo feliz sino simplemente equilibrada cuando las desigualdades no hacen más que crecer, los derechos menguan y las libertades se recortan. No, mi generación no está preparada para contemplar esto, para darle la espalda y resignarse sin más. Sí, puede que nos hayamos acomodado, pero creo que estamos luchando por transmitir nuestra rabia a la generación que nos va a relevar, la de nuestros hijos, con el fin de que si ahora ellos también se consideran perdidos no se conviertan en una generación perdida.
Por todo eso, je suis Javier.