El Pleno de la vergüenza
El Pleno del Ayuntamiento de Jaén, máximo órgano de representación de la voluntad popular y ciudadana, se ha convertido en el actual mandato municipal en un bochornoso y esperpéntico campo de batalla, un lugar que ha denigrado la política y que ha justificado la creciente desafección que sienten los ciudadanos hacia sus representantes políticos. El último capítulo de una larga lista de patéticas y desafortunadas sesiones plenarias se dio el pasado 24 de febrero, donde probablemente se tocó fondo en lo que no debe ser nunca el máximo órgano de expresión popular.
Era un pleno en el que, como suele ser habitual, se concentraron distintos colectivos para defender sus derechos y reclamar soluciones a los ediles. En esta ocasión, el ruido de fondo llegó de la mano de la Plataforma por el Derecho a la Vivienda de Jaén y de Stop Desahucios que, junto, a varios vecinos afectados, reclamaban soluciones para las tres familias de la capital que van a ser objeto de forma inminente de desahucios. Sin embargo, ni la angustia ni el drama que viven estas familias justifica el comportamiento vergonzoso de estas personas que desde el primer momento dejaron clara su intención de reventar el Pleno. Lejos de esperar al debate de la moción sobre la vivienda para expresar sus demandas, los allí concentrados optaron por interrumpir y abroncar a los ediles del PP y del PSOE en las mociones que se debatieron con anterioridad, y donde poco o nada les iba en juego.
Sentada la premisa de que en esta ocasión la causa originaria del bochornoso Pleno se debió a los vecinos y no a los políticos, no es menos cierto que el alcalde de Jaén, José Enrique Fernández de Moya, que está llamado a presidir y dirigir las sesiones, no estuvo en ningún momento a la altura de las circunstancias y, lejos de calmar los ánimos de los exaltados vecinos, encendió aún más sus encolerizados ánimos. El alcalde, como presidente del Pleno, es el único que ni debe, ni puede permitir el encadenado de desafortunadas injerencias que sufrió el pleno, tanto de sus palmeros (que también los hubo), como de los que le increpaban (a él y sus compañeros de Corporación). Se puede discutir si era conveniente o no haber desalojado la sala (razones sobradas había para ello), pero lo que no admite discusión alguna es que se repruebe el comportamiento del alcalde por haber entrado en el cuerpo a cuerpo, en las provocaciones e increpando del mismo modo a los que insultaban y arengando una y otra vez a los asistentes. Con esta actitud activa y omisiva el alcalde se convirtió, quiera o no quiera reconocerlo, en parte del vergonzoso espectáculo que, más allá de las lecturas partidistas, no se merece ni uno solo de los vecinos de esta ciudad, a los que se deben todos los concejales y sobre todo su alcalde, que ni supo, ni quiso estar a la altura del cargo para el que lo votaron los jienenses.
Convendría, pues, llegado este punto, pedir una reflexión a los políticos que nos representan y también a los vecinos que se suelen acercar hasta el Pleno municipal por dignificar un lugar que debe ser el de la concordia y el diálogo en aras a hacer, entre todos, una ciudad mejor.