A quién no votaré
A quién no votaré, esa es la cuestión. Ese será mi proceso mental ante el nuevo escenario político que nos llega. Elegiré el voto por eliminación, así será más fácil. Tengo que reconocer que, lo del bipartidismo, simplificaba mucho las cosas. Era cuestión de aprobar o no una gestión y votar en consecuencia. Eliminados en nuestro caso los partidos nacionalistas, la cosa se resumía entre una u otra de las dos grandes opciones nacionales.
Ahora no, esto se ha complicado y, si me apuran, para bien. Pero claro, hay que tener las ideas muy claras para no dejarse llevar por la presión exterior. Por eso, lo mejor es llegar a la decisión final después de haber desechado a los fracasados.
Digo bien, los fracasados, no los perdedores, que aunque parezcan lo mismo no lo son. Fracasados son los que han podido gestionar y no lo han hecho, o lo han hecho mal voluntariamente, porque han postergado sus obligaciones y sus conocimientos a unos intereses personales que solo les conciernen a ellos. Pero también los que han sucumbido, permanentemente, a la inercia de dejarse llevar por una cómoda oposición. Los acomodados, que constituyen toda una casta, son los profesionales de la política, y aspiran a jubilarse en el cargo.
He decidido que a mí no me pasará como a esa gente que vota a los suyos tapándose la nariz, ni como a esos otros que votan lo contrario de lo que dicen, tal vez por un miedo irracional a perder la mamandurria o, simplemente, al ridículo. Todos ellos son votos que representan una traición a los principios que todos aseguramos defender. Ni siquiera en el reducto interior de sus ideas se sienten seguros algunos ciudadanos. Hemos llegado a tal grado de cinismo en política, que pretendemos engañar al espíritu libre que un día prometimos preservar. En estos casos, el acto de votar se convierte en una ruptura interior por motivos inconfesables.
O lo que es peor: que votamos en función de unos intereses particulares ajenos a la sociedad para la que reclamamos bienestar. El llamado clientelismo político.
En el fondo, muchos electores hacen lo mismo que critican en los políticos. Por eso, no votaré a los fracasados, pero tampoco a los que instrumentalizan el poder en beneficio propio. Ellos saben a quienes me refiero.