El baile de los idiotas
Curiosamente, desde la explosión del mundo digital, cada vez se utiliza menos el concepto de opinión pública como excusa para señalar la posición colectiva de los ciudadanos ante determinados problemas. En su lugar, con la mayor naturalidad, se da por cierta la postura de la sociedad solo con consultar los temas debatidos en las redes sociales, como si se tratara de un instrumento científico de la sociología moderna.
Los temas que ahora son abordados por los circuitos que funcionan en internet son acogidos como los más representativos del interés popular, sin pararnos a analizar el contexto de las discusiones. Tampoco a los autores de los mensajes que son emitidos, lo que en el proceso informativo señalamos como fuente, cuya naturaleza constituye un dato imprescindible.
Dice Umberto Eco, hablando del asunto, que nos hallamos ante una invasión intelectual en toda regla, propiciada por las nuevas tecnologías, no precisamente enriquecedora para la mayoría. “La redes sociales –asegura el escritor y semiólogo— le han dado el derecho a la palabra a multitud de imbéciles que antes solo hablaban en el bar, después de despachar un vaso de vino, pero sin dañar a la colectividad”.
El drama de internet, siguiendo esta opinión, sería haber promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. Aceptamos como ciertas todas las aseveraciones que circulan por la galaxia digital sin otro grado de crítica que el dato genérico de su procedencia, algo que, en segundo nivel, es recogido interesadamente para fines aún más retorcidos que los iniciales. Aún peor resulta ser que, multitud de mensajes que difunden los medios de comunicación convencionales, tengan su origen en opiniones vertidas alegremente por unos desconocidos, o no tanto, a través de las redes sociales. Luego, esos disparates adquieren notoriedad, incluso sus autores, por el solo hecho de su carácter disparatado. Pero, claro, ya es demasiado tarde para corregir, el daño está hecho, si es que no era la agresión verbal el único objetivo perseguido.
Los periodistas asumimos un alto grado de responsabilidad en este proceso, desde el punto y hora que no filtramos las informaciones de esa procedencia, sino que las alentamos, por tratarse en muchos casos de material escandaloso, aun cuando tenga su origen en circunstancias extrañas o vergonzantes y solo su repetición insistente haga despertar cierta expectación. Sobre ellas, se construyen todo tipo de noticias que deterioran la percepción informativa, con el único propósito de retroalimentar a las propias redes sociales. En realidad, la gente tiende a adherirse a afirmaciones ingeniosas, pero eso no es opinión pública.
Asistimos pues a un círculo cerrado de confusión, donde solo actúan los más avezados en instrumentos digitales, no necesariamente los más cualificados intelectualmente, que además pretenden moverse con impunidad. Un baile multitudinario de mensajes en todas direcciones, sin control ni garantías de calidad. Un baile de autores ágiles, pero idiotas, Umberto Eco dixit.