La verónica y otros postureos
En las comparecencias de prensa de los personajes públicos ha acabado por imponerse la escena de la “verónica”, ya saben, esa modalidad del postureo político que consiste en mostrar a las cámaras un documento cogido con ambas manos, con el propósito de corroborar la veracidad de las afirmaciones vertidas ante los periodistas.
A mí, qué quieren que les diga, no termina de convencerme ese lenguaje corporal, sobre todo si certifica que las palabras están perdiendo su significado o carecen de un mínimo interés. Si alguien es capaz de mentir mediante la palabra, ¿por qué no habría de hacerlo por escrito?
En realidad, esta escenificación sugiere ideas radicalmente opuestas a las pretendidas por sus adictos, entre otras razones, porque si alguien insiste en enseñar de esa guisa un papel en rueda de prensa, parece confirmar que su rostro ya no parece suficiente prueba de fiabilidad, a fuerza de tantas apariciones, o que su credibilidad se encuentra seriamente comprometida, argumentos que, efectivamente, tienen mucho que ver con la forma, pero también con el fondo de la cuestión informativa y el derecho a la verdad que asiste a todos los ciudadanos.
Claro que sería peor relacionar esa instantánea con la faena taurina de la que toma nombre la verónica, aunque cabría hacerlo, porque los ciudadanos aceptarían bien entrar al trapo, si en realidad fueran asuntos importantes los mencionados en la cita y no una perorata infumable que debiera devolver a los corrales a los convocantes y no a los convocados. El problema es que suele ocurrir todo lo contrario: el mensajero acaba en el desolladero si no se ajusta su versión al dictado del personaje.
Entre esas actitudes y la precariedad laboral del sector, ¿a alguien le extraña que ya casi nadie pregunte en las ruedas de prensa?
En cambio, hablando de postureo, no me negarán que tiene su gracia esa otra foto, propuesta por los propios interesados, en la que éstos aúnan sus manos en señal de impulso a un proyecto común, como si de un cohete se tratara a punto de despegar, o todos se sintieran absolutamente implicados en alcanzar el bienestar completo para los demás, y no para sí mismos.
La interpretación de las intenciones vendría a ser prácticamente la misma, porque ésos personajes quisieran hacernos ver una realidad que a todas luces resulta increíble, de ahí la necesidad de tanto aspaviento. Eso sí, constituye una estampa intensamente ingenua, que los reporteros gráficos no tienen por menos que agradecer, antes de sucumbir a la sonrisa malévola. Al fin de cuentas, el ridículo solo lo hacen los que posan.
Quiero decir, en definitiva, que constituye un hecho demostrado el abuso en exceso que se hace de las comparecencias informativas. Tan es así que, lo que políticos y demás arribistas del postureo han adoptado como instrumento de autopromoción, ya se está convirtiendo en justamente lo contrario, o sea, un escenario intrascendente donde sólo se exponen banalidades y estupideces, y no sirve sino para dejar al descubierto las vergüenzas del personaje.
Más les valdría a estos protagonistas de la actualidad forzada asumir un poco más de respeto hacia la función pública que representan, dejando de insultar la inteligencia de los ciudadanos. No olviden que con el pecado acabarán por sufrir una penitencia dolorosa e inapelable.