Virtudes del buen asesor
Virtudes del buen asesor
José Manuel Fernández [Periodista]
Hay dos formas de trabajar con el jefe, si uno es personal de confianza. La primera es hacerlo codo con codo, compartiendo con él los objetivos de su proyecto, porque deben ser los mismos, y sirviéndole de apoyo en aquellas materias específicas que escapan a su criterio.
La otra forma consiste en mirarle permanentemente, si es posible con embeleso, lubricándole los oídos y otras partes de su anatomía para que, en todo momento, el jefe se sienta jefe y todo el mundo comprenda que, sin él, nada tiene sentido, ni se puede vivir, y que lejos de su presencia nada merece la pena.
El buen colaborador, conviene decirlo, se siente seguro en su puesto, porque confía en sus capacidades y no piensa que su nombramiento pueda obedecer a una veleidad del supremo, a una recomendación interesada o a una afinidad indecorosa, vamos, aquella que nada tiene que ver con la integridad profesional de una persona. Por ejemplo, la política.
El mal ayudante siempre tiene que consultarlo todo, porque sabe poco o no cree en su formación, tal vez porque no la tiene. Por eso, con demasiada frecuencia, se ve forzado a mentir o se atribuye méritos ajenos. Suele tener mal carácter y peor educación. Amenaza al resto, porque debe hacerse valer al sentirse él mismo amenazado por los demás, aunque solo se trate de un complejo de inferioridad o de mala conciencia. Quizás, lucha contra fantasmas del pasado o, para hacerse perdonar su mundo anterior, se vuelve rabiosamente radical, para mayor fracaso.
El buen profesional hace crecer a su jefe, le hace triunfar, y así el triunfo también lo puede disfrutar él, porque el de arriba lo suele compartir. Aquí no sirve el ejemplo de la política.
El asistente mediocre vive de su permanente arrobamiento hacia el jefe. Pero ocurre que, de tanto mirarle y halagarle, suele torcerse o tropezar, pierde la perspectiva, se vuelve inútil. Sus errores son continuos. En sus desvaríos, a veces llega a pensar que ha alcanzado un nivel superior, o sea, que él, ante los demás, también es un jefe.
El caso es que las circunstancias siempre acaban por unir a un jefe y a su ayudante más idóneo, por eso no suele haber un mal colaborador sin un pésimo jefe y viceversa, o al revés. Lo evidente es que tienden a merecerse el uno al otro, sean del tipo que sean. La cosa está llena de ejemplos.