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Artículos de fondo

Al presidente honorario de ABC, Guillermo Luca de Tena, fallecido hace unos meses, le oí decir en una ocasión que un buen artículo de opinión, el clásico artículo de fondo, no podía tener menos de cinco folios de extensión ni más de dos.  Trataba de definir el género, obviamente, de forma figurada.  Un trabajo periodístico extenso debe parecer breve al lector, de manera que éste pueda recrearse una y otra vez en su contenido, y extraer de él toda su sabiduría sin que esa atención suponga un esfuerzo considerable, ni el abandono por aburrimiento. Para el que escribe, en cambio, el placer radica en eternizar el trabajo,  afinando una y otra vez su contenido para que finalmente refleje con exactitud el mensaje deseado.

Será ese punto el que le haga coincidir con el lector.

Yo creo que, al día de hoy, esa definición no sería posible aplicarla a la literatura periodística, porque los diarios están cambiando su oferta informativa para poder competir con otros medios, y en eso se están equivocando. La función de la letra impresa es otra. Los niveles informativos en que se clasificaban los mensajes en la vieja Teoría de la Comunicación, siguen siendo perfectamente válidos, incluso necesarios. Los medios cumplen cada uno una misión diferente y el hecho de que ahora pretendan entrar en competencia no hace sino confundir al lector, incluso hacerle desistir de esa condición.

El diario nunca podrá echar del mercado a la televisión, ni viceversa. Por eso supone un error intentarlo. La radio adelantará la noticia, con una inmediatez a la que no podrá llegar el periódico. Pero éste, dispondrá del tiempo de reflexión  necesario para explicarla, cosa que no tendrán la radio ni la televisión. Estas, a su vez, necesitarán del espectáculo para atraer a sus audiencias, así como de unos contenidos frívolos en los que nunca deberían incurrir los periódicos. En internet, la complementariedad se desarrolla en planos diferentes.

Hoy asistimos, por expresarlo con un tópico, a una ceremonia de la confusión que no beneficia a nadie, menos aún a los medios escritos. Hay parcelas en las que éstos no podrán nunca competir con los audiovisuales, pero otras, en las que son evidentes sus contenidos exclusivos, no  las fomentan. Se trata del periodismo de pensamiento, que permite una información más serena sobre la realidad. A veces resulta más rentable, culturalmente, llegar al fondo de los temas que llegar a todos los temas.

La universalidad, que resulta imposible en lo referente a la cantidad de información, sí es posible en cuanto a la calidad del tratamiento, análisis y documentación.

La centenaria cabecera del ABC fue en su día modelo de este periodismo explicativo y polemista, que conseguía atraer a sus páginas a los mejores autores, y cuyos temas llegaban a trascender del día a día, para crear verdaderos estados de opinión. Este trajín de las páginas de ahora solo acentúa la vaciedad, en interés de los que no saben ir más allá de la discusión política superficial o el tonteo. Y eso sí que cansa.