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Claroscuros del 23-F en Jaén

La tarde, que había comenzado tranquila, incluso tediosa, se volvió inquietante. Yo escribía algo en la máquina, cuando nos interrumpió el ruido de tiros que emitía la radio del redactor-jefe.

---“Quieto todo el mundo…”

Eran algo más de las seis de la tarde y el director no había llegado todavía. Adana saltó de su despacho para anunciarnos que algo estaba ocurriendo en el Congreso de los Diputados. Un algo que nadie sabía a ciencia cierta de qué se trataba. A partir de ese momento, el interés de todos los que estábamos en el periódico a esa hora quedó centrado en los acontecimientos de Madrid. No se hablaba aún de golpe militar, aunque resultaba evidente. Hablar de golpe de Estado eran palabras mayores.

Durante los meses anteriores se habían sucedido rumores sobre ruido de sables en los cuarteles, una amenaza imposible de precisar en cuanto a la forma de materializarse. El ministro de Presidencia, Pío Cabanillas, que había visitado Jaén, durante un encuentro con periodistas se refirió abiertamente a la posibilidad de una intentona golpista para derrocar al Gobierno democrático de la UCD. Su opinión no resultaba precisamente una llamada a la calma:

--“¿Y si los militares sacan los tanques a la calle, --vino a decir-- qué harán después con ellos, contra quién dirigirán sus armas? Los problemas de este país no se solucionan así”.

Ahora, aquellos presagios parecían convertirse en realidad. Pero no solo eso. Desde dentro del edificio del periódico nos sentíamos aislados.

Instintivamente, pensábamos que ya se estarían produciendo también en las calles de Jaén movimientos sincronizados de personal uniformado, aunque solo era una sugestión, sin fundamento. En realidad, la capital se volvía por momentos una ciudad fantasma, sin actividad. Desaparecieron por ensalmo los coches, y la gente se encerró en sus casas a la espera de acontecimientos. Yo llamé a mi mujer para decirle que no pasaba nada, pero que no saliera a la calle. El resto de compañeros hizo lo mismo, como un reflejo inconsciente.

La actividad de la redacción se paralizó inmediatamente, como es lógico.

No podíamos pensar en hacer un periódico sin saber, siquiera, si al día siguiente saldría a la calle. Adana llamó a Madrid pidiendo instrucciones, pero no localizó a nadie. Al rato, llegó el director, Carlos Briones, con una cara de preocupación distinta a la habitual. Inmediatamente se encerró en su despacho y se colgó al teléfono. Esa tarde, como excepción, no probó ni una gota de alcohol. Su carácter tímido, retraído, huraño, cambiaba por completo con la bebida. Una vez ebrio,  se volvía un ser insoportable, locuaz y soez, cuya norma era el desprecio y el insulto hacia todos y por todo.

Carlos Briones González, un periodista muy conocido a nivel nacional, llegó a Jaén  procedente del diario “Pueblo”, en cuya página “Tres”, la de opinión, se permitía el análisis anónimo de los acontecimientos de la época, amén de otros artículos que también eran remitidos, como material publicable, a los periódicos de la cadena del Estado (MCSE). Al cerrar el vespertino madrileño, los componentes distinguidos de esa plantilla, él entre ellos, fueron asignados como directivos (o se asignaron ellos mismos) a diferentes diarios de provincias, para asegurarse pasar a la Administración en las mejores condiciones económicas, llegada la privatización. En su carrera profesional el dato más significativo había sido la dirección del semanario “El Ruedo”, de temática taurina, y ya en la cadena de Prensa del Movimiento, la dirección del diario castellonense “Mediterráneo”.

La tarde del 23 de febrero de 1981, un día frío y gris de invierno, se presentaba pues complicada en la redacción del diario “Jaén”, por lo incierto de los acontecimientos que iban sucediéndose y de los que sólo teníamos noticia a través de la radio o la televisión. El teletipo de “Efe” apenas dio un par de campanazos antes de emitir varios flases sobre la irrupción de un grupo de guardias civiles en el Congreso de los Diputados, precisamente cuando se procedía a la votación para la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor de Adolfo Suárez en la Presidencia del Gobierno. La soberanía popular había sido secuestrada.

A eso de las ocho, comenzaron las llamadas de otros directores de la cadena. Entendían, por lo visto, que Carlos Briones tenía más experiencia en estos casos o tenía más mano en Madrid, en la Dirección de Prensa, donde todo era desconcierto. Querían instrucciones para afrontar la crisis, saber a qué atenerse  en esas circunstancias, cada vez más confusas, derivadas de la toma militar del Congreso. En determinados momentos el golpe parecía que iba a prosperar y otras que fracasaría.

Nadie sabía nada, pero a lo que más se temía era al error. Es decir, no saber interpretar los sucesos, teniendo en cuenta que diario “Jaén” era un periódico de titularidad estatal.

Hubo algunas dudas sobre la conveniencia de sacar o no el periódico.

Finalmente se optó por una edición de circunstancias. Si en condiciones normales resultaba difícil  escribir un periódico con un mínimo de interés, dada la escasa actividad de todo tipo que registraba Jaén por esas fechas, el hecho de una toma del poder por los militares convertía en inviable cualquier proyecto de noticia que no fuera una pura obviedad.

Nadie querría aportar información por teléfono, como así ocurrió, hasta que no se despejaran las incógnitas que estaban abiertas. Nadie correría riesgos, y los periodistas no podíamos ser una excepción.

Las pocas consultas que se hicieron desde la redacción nos hablaban de normalidad absoluta en todos los organismos e instituciones públicas, lo cual no hacía sino incidir en lo anormal de la situación. No era normal tanta normalidad. Días después pudimos comprobar, por numerosos testimonios, que no todo había sido tranquilidad.

El gobernador civil, Antonio Ortega Jiménez, sin ir más lejos, afirmó encontrarse en su despacho oficial de Jaén a esas horas, en comunicación permanente con Madrid (existía un teléfono seguro y directo, llamado Punto,  enlazado con Presidencia del Gobierno y Ministerio del Interior), cuando en realidad el golpe le había pillado en Sevilla, su ciudad de residencia habitual. Al tener noticia de los hechos emprendió un regreso veloz que, en palabras del conductor, a punto estuvo de costarles un serio disgusto, tanto por la velocidad del vehículo como por los discretos controles que había establecidos en la carretera y que podían volverse una ratonera, especialmente para un gobernador desubicado.

En la sede del Gobierno Civil, entre tanto, el secretario particular trataba de cubrirle las espaldas a su jefe mientras el escolta, un policía nacional, decidía por su cuenta montar guardia en la vivienda oficial para impedir que, como parecía, un grupo de guardias civiles se hiciera con el control del edificio.

La versión oficial, días después, fue que todos los estamentos de la Administración funcionaron con normalidad y que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad se mantuvieron en todo momento a las órdenes de sus mandos naturales. Se confirmó, eso sí, que algunos responsables de partidos políticos al no sentirse seguros, abandonaron provisionalmente sus domicilios, en algunos casos llevándose consigo los ficheros de militantes, para que no cayeran en manos de una autoridad militar que, presuntamente, pudiera hacerse con el poder. Luis Benavides fue el encargado de ocultar los archivos del PSOE.

Algunos paisanos, vestidos con uniformes de la Falange, fueron vistos por distintos puntos de la capital haciendo ostentación militar, en realidad, una payasada. En la sede del periódico se presentó uno de ellos,  según él, armado y con un perro pastor alemán, para ponerse a nuestro servicio.

Otra payasada.

Al final de la tarde, el director había decidido ya que el periódico publicaría un editorial referido al golpe. Los redactores (al menos algunos) nos ofrecimos a firmar el artículo en cuestión, que por supuesto debía expresar un apoyo explícito a la Constitución, pero el director rechazó la idea, no sé si porque él desconocía, en ese momento, la postura que reflejaría el texto, o porque deseaba protegernos de posibles represalias. Mi opinión personal se inclinaba más por la primera idea que por la segunda.

En sucesivas visitas a su despacho, observábamos que el editorial iba tomando cuerpo. Carlos Briones escribía a mano, utilizando una estilográfica de tinta negra, con una letra pequeña, desgarbada, de renglones poco horizontales. Hasta bien entrada la noche no nos permitió leerlo. Presentaba infinidad de correcciones, tachaduras y añadidos. Mi teoría (insisto, mi teoría personal) es que ni él mismo sabía cómo concluir el editorial, una  vez que comenzó a redactarlo. Los primeros párrafos eran de una ambigüedad calculada. Llevaba por título “Drama en el Congreso”, y comenzaba con una frase igualmente ambivalente: “No es posible minimizar los acontecimientos ocurridos en el Congreso de los Diputados…” (la frase puede no ser textual).

Recuerdo perfectamente esas palabras iniciales (ahora escribo de memoria, treinta años después), porque unos meses más tarde,  todos los periódicos de la cadena del Estado publicaron un artículo, referido también a otra conspiración golpista detectada en Madrid, cuyas palabras iniciales resultaron ser idénticas: “No es posible minimizar los acontecimientos…”

La mano de Carlos Briones aparecía  de nuevo, aunque ya no desde Jaén.

Solo después de salir el Rey por televisión, con un mensaje inequívoco de apoyo al poder legalmente constituido, optó el director por un final constitucional al artículo. Ya sabíamos el desenlace de la historia y, por tanto, qué se esperaba de nosotros. Otros periódicos publicaron el día 24 de febrero el mismo editorial, que les fue remitido por diario “Jaén”.

Desde Jaén, pues, se proclamó la posición plenamente constitucional y democrática de todos o la mayoría de los periódicos españoles de la cadena del Estado ante los sucesos del 23-F. Una decisión adoptada, desde luego, con grandes dosis de prudencia.