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Cajasur y Banco Sabadell, nacionalismo agazapado

A estas alturas, nadie duda ya de la responsabilidad de las entidades de crédito en la situación de crisis económica y financiera que vive el país.

Por si fuera poco, hemos asistido atónitos a una colosal operación de salvamento bancario a costa de los contribuyentes, aún en la convicción de que las causas del hundimiento del sistema, especialmente las cajas de ahorros, obedecían  a una pésima gestión económica cuando no a maniobras de burdo saqueo o corrupción. Es el caso de la Caja de Ahorros Mediterránea (CAM), cuya directora general se autoasignaba una multimillonaria pensión vitalicia ante el rubor general y la inhibición de los organismos de control bancario.

No fue ése el único escándalo, seguramente, ni el que más alarma hizo cundir entre la opinión pública. No olvidemos Bankia, ni Caixa Galicia, el episodio de las preferentes, ni que siempre se vean perjudicados los clientes más débiles, abocados a un interminable vía crucis judicial.

Los restos del naufragio de la CAM se los adjudicó el Banco  Sabadell, grupo que se ha distinguido por su apoyo financiero a la Administración soberanista de Artur Mas. Las vinculaciones con el nacionalismo catalán más exacerbado son evidentes.

Una situación similar ocurría meses atrás con CajaSur, otrora  gestionada por destacados miembros de la Iglesia católica cordobesa, y después absorbida por el capitalismo financiero vasco que representa la BBK (Bilbao Bizkaia Kutxa). ¿Nacionalistas también? Nunca lo han negado.

En CajaSur permanece el logo, no la misma filosofía bancaria. Ha dejado de ser una caja de ahorros, donde se prestaba atención preferente a los colectivos más modestos, como  pensionistas o pequeños ahorradores, pero sigue manteniendo el nombre. Agazapado tras las siglas, se encuentra un grupo bancario que nunca ha hecho nada por el desarrollo económico de Andalucía y mucho nos tememos que tampoco lo hará en el futuro.

Los servicios financieros que se prestan ahora son infinitamente más caros que en la anterior etapa y la atención personal, enormemente más deficiente. La mentira es doble: ni es caja ni pertenece al sur.

El carácter social también brilla por su ausencia.  No es infrecuente ver a numerosos ancianos hacer interminables colas en la oficina subcentral de Jaén, o asistir a quejas por tarifas bancarias vergonzosas, que penalizan cualquier tipo de relación con el banco si éste no pilla tajada, a veces incumpliendo acuerdos previos con sus clientes de toda la vida. Ante las quejas, tímidos empleados, en voz baja, justifican que todo es cosa de “los vascos”, nuevas directrices que vienen de arriba, “no de la planta de arriba, sino de arriba del mapa de España”.

Ahora casi todas las entidades en ruina han regresado al mercado en busca de una segunda oportunidad, a veces de forma poco transparente, porque ninguna actúa de cara a sus clientes como solía hacerlo o prometió hacerlo en sus orígenes. Los clientes han permanecido fieles a la entidad, pero ésta, movida por otros hilos, les está traicionando.

Menos aún se entienden las facilidades que han encontrado para hacerse con el control de las “nuevas” cajas, unos grupos económicos tan poco favorables al desarrollo de regiones ajenas a sus intereses políticos.

¿Grupos soberanistas? Ellos sabrán. Andaluces, desde luego, no lo son.