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Nostalgia de Madrid

Vuelvo a Madrid con cierta frecuencia, y digo vuelvo porque creo que nunca me he querido marchar definitivamente de esa ciudad, desde que acabé mis estudios en la Universidad. Aún siento como propias las calles del barrio de Argüelles, el barrio de estudiantes de aquella época. Ha cambiado mucho, lógicamente, después de tanto tiempo, pero mis sensaciones de familiaridad siguen siendo las mismas. La gente, como la que me recibió aquellos años, la primera vez que salía de casa, mantiene esa mirada especial de los madrileños de adopción, para los que el tópico de la vecindad siempre resulta una afirmación inalterable.

Porque todos asumen que a nadie pertenece Madrid, o nos pertenece más a los que llegamos de fuera que a los nacidos allí. O será que todos le pertenecemos a ella, cuando conservamos ese vínculo maternal que nos impide el desarraigo. La ciudad madre que cuida de todos.

Y allí siguen, al menos en mi recuerdo, como si todo este tiempo no hubiera transcurrido, la castañera anciana, embutida en cien abrigos y de sonrisa perenne; el sereno gallego, comprensivo con los estudiantes trasnochadores; la limpiadora asturiana de los portales o el jardinero andaluz, paisanos todos en la lejanía del hogar, unidos por ese Madrid de barrio austero que a tanta gente ha visto pasar.

Los personajes permanecen en el mismo lugar, aunque sean otros los que interpretan el papel. Como yo mismo, que aún no me reconozco fuera de ese universo de mi juventud.

Hay un orgullo visceral en la pertenencia a esta ciudad madre que, aseguran, imprime carácter a su vecindario. El madrileño es altivo y pedante de lo local, se siente superior al resto, pero todo el ímpetu se le va por la boca. En el fondo, es un furioso aldeano de su barrio, que acaba abrazando a todo el que llega, porque en todos se siente identificado.

Me estremezco al pasear por la calle Princesa siguiendo mis propias huellas, cuatro décadas después. Inevitablemente, siempre acabo preguntando por los escenarios de mi tiempo estudiantil ¿Qué pasó de aquel cine o de aquel restaurante? Indago continuamente sobre los personajes de mi vida cotidiana, como si ahora recobraran un interés particular, en mi deseo de reconocerles en una última mirada a aquel escenario.

Hablo del Madrid de siempre, Madrid universal que no regala nada pero que siempre te enriquece. Allí abrí los ojos al mundo que luego me tocaría lidiar y nada tengo que reprocharle, sino todo lo contrario. Me acogió con los brazos abiertos, como a tantos otros. Conservo unos recuerdos imborrables, todos placenteros,  de gente que, como yo, comenzaba su andadura vital y la búsqueda de un lugar bajo el sol, y hoy se siente agradecida por su hospitalidad.