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Barrer la basura política

Después de la tormenta viene la calma, por decirlo así. Las aguas vuelven a su cauce. Un año de paréntesis institucional, de estancamiento político, ha dado paso supuestamente a un escenario de nuevas fórmulas de arquitectura parlamentaria, para otorgar estabilidad a un gobierno de minoría que todavía no sabe muy bien a qué atenerse. La nueva filosofía consiste en sumar bazas políticas a una gestión que aspira a ser estable pero que, ya no lo oculta nadie, quiere ser continuista.

Del bipartidismo denostado hemos pasado a un cónclave permanente del que nunca se desprenden decisiones dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, más parece lo contrario. En el fondo, todos desean un panorama calcado al anterior, con los mismos privilegios, pero con mayor presencia de protagonistas, más jugadores en la misma partida. En las formas, se trata de humillar al adversario, doblarle el pulso en cada batalla, pero para que la realidad no cambie. Gestos.

De los buenos propósitos sobre bajada de impuestos, mejora de servicios, abolición de los aforamientos, supresión de organismos inútiles, defensa de los consumidores ante la escasa competencia que practican las compañías estratégicas, el nuevo rumbo del que presumen gobierno y oposición, se limita a las palabras vacías, la mayoría de las veces, sobre temas testimoniales carentes de trascendencia.

El sistema tradicional de partidos, lejos de ser superado, está siendo abrazado por las nuevas formaciones, llamadas a cambiar el modelo de participación. Para un ciudadano, sigue siendo imposible llegar a la política si no es a través del régimen excluyente de los partidos, no precisamente arbitrado por criterios democráticos. Los mismos que decidían antes, lo siguen haciendo ahora, abiertamente o desde la sombra. La pelea, en realidad, está dentro de cada formación.

El poder solo se ejerce si se controlan los entresijos de los partidos. Ahí andan todos, desde la derecha a la extrema izquierda. Los políticos, los profesionales de la política, emergen a cada momento con grandes palabras pero dientes afilados, que al final solo acaban chupando la sangre de los ciudadanos.

¿Alguien se extraña de que, ante este paisaje, solo triunfen los líderes imposibles, los impostores, aquellos que prometen barrer toda esta basura y acaban hasta las cejas?